Guardando el Día del Señor: Carta Pastoral sobre la Importancia del Domingo

On Tuesday June 1, 2021, the dispensation from our Sunday Mass obligation will end. All Catholics are called to make plans to return to in-person Mass and the Eucharist to remain in a state of grace.

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A medida que comenzamos a regresar a nuestras celebraciones públicas de la Misa, deseo invitar a todos en nuestra diócesis a reflexionar profundamente sobre el valor del Domingo, por qué Dios lo hizo y lo que significa en la vida de un discípulo de Jesucristo.

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Guardando El Dia Del Señor – CartaPastoral

La Politica Para Celebrar el Domingo


 Guardando el Día del Señor
(Keeping the Lord’s Day)

(Giữ Ngày Chúa Nhật)

Carta Pastoral sobre la Importancia del Domingo en la Vida de Cada Discípulo Cristiano

Reverendísimo James V. Johnston, Jr.

Obispo de Kansas City-St. Joseph

Mayo 31, 2020

“Los pensamientos en nuestra vida presente deberían centrarse en la alabanza de Dios, porque es al alabar a Dios que nos regocijaremos para siempre en la vida venidera; y nadie puede estar listo para la próxima vida a menos que se entrene para eso ahora.”  San Agustín

Introducción

¿Por qué escribir una carta sobre la importancia del Domingo?  Había estado pensando en la importancia del Domingo mucho antes de la pandemia de COVID-19.  De hecho, había resuelto escribir esta carta cuando terminamos nuestro Año Santo diocesano en enero.  Pero, así como muchos de ustedes, durante estos últimos meses de la pandemia, he tenido tiempo de pensar y reflexionar aún más sobre lo que es realmente importante en la vida.  Evidentemente, muchas otras personas han estado haciendo lo mismo.  Una columna sindicada, reciente, en el periódico local[1] señaló resultados de encuestas que indican que los Estadounidenses se han hecho más religiosos durante la pandemia, incluyendo aquellos que previamente habían elegido no identificarse con la religión.  Observó que antes de la pandemia, muchos de los que habían evitado la religión buscaban significado en otras cosas.  Luego esta observación: “La pandemia ha despojado abruptamente muchas de esas cosas—trabajo, rutinas, frivolidades de la vida—dejándonos a todos contemplar nuestro papel en el mundo y el propósito de nuestra existencia.”

La “normalidad” previa fue interrumpida y gran parte de lo que estábamos acostumbrados fue repentinamente eliminado, incluyendo la habilidad de adorar juntos el Domingo en la Misa.  Imponer estas restricciones fue una decisión muy dolorosa para mí como su obispo.  Les agradezco los sacrificios que han hecho durante este tiempo, y los esfuerzos que ha realizado para estar presente espiritualmente.  Pero a medida que comenzamos a regresar a nuestras celebraciones públicas de la Misa, deseo invitar a todos en nuestra diócesis a reflexionar profundamente sobre el valor del Domingo, por qué Dios lo hizo y lo que significa en la vida de un discípulo de Jesucristo.

Esta carta tiene tres partes, cada una va acompañada con una historia bíblica que ilumina el tema de la sección.  Deseo reflexionar sobre cómo podríamos celebrar mejor el domingo como tiempo de adoración y como tiempo de descanso y renovación de nuestras relaciones.

Parte I: Peregrinos en el Camino

“Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.” (Lucas 24:35)

El episodio de los dos discípulos en el camino a Emaús en el Evangelio de San Lucas dispersa una luz hermosa sobre la vida de cada discípulo en cada momento y lugar.  Somos peregrinos en el camino.  Al igual que esos dos discípulos mencionados en el evangelio, nosotros también estamos distraídos y lentos para entender, a veces ajenos al hecho de que Cristo está caminando con nosotros a través de todos las cumbres y valles de la vida.  En el relato de San Lucas, estos discípulos llegaron a reconocer la presencia de Cristo “al partir el pan,” una clara referencia a la Sagrada Eucaristía.

La imagen de la peregrinación es una descripción adecuada de nuestro propio paso por la vida.  Un peregrino está viajando, camino a un lugar sagrado, un viaje a menudo marcado por lo inesperado.  Como discípulos de Jesús, tan pronto como somos bautizados, nos ponemos en camino hacia la “casa del Padre” en el cielo (cf. Juan 14, 2-4).  Ese es nuestro destino.  Se necesita perseverancia.  Se necesitan compañeros.  Se necesita oración y gracia.  Nuestra peregrinación es un proyecto de cooperación entre nosotros y Dios.

En el Evangelio de San Juan, Jesús declaró, “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí.” (Juan 14, 6).  Aquí vemos que no todos los caminos nos llevan a la casa del Padre—sólo uno.  Cristo nos dejó la Sagrada Eucaristía—su propio ser—para que él pudiera ser nuestro camino a casa.  Para los discípulos peregrinos, la Eucaristía dominical es Jesucristo.  Allí lo encontramos en Palabra y Sacramento.  Traemos nuestras necesidades, oraciones, obras, alegrías y sufrimientos para unirnos al sacrificio durante el Ofertorio.  “Los fieles son nombrados por su carácter bautismal para el culto religioso cristiano … Participando en el sacrificio eucarístico, la fuente y la cumbre de la vida cristiana, ofrecen a la víctima divina a Dios y a ellos mismos.  “Los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo, quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana…  Participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella.”[2]

En la Eucaristía recibimos su Cuerpo y Sangre como “este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera.” (Juan 6:50).  Él dejó este regalo para que podamos vivir en él y él en nosotros como “ramas” en “la vid” y que demos “mucho fruto” al convertirnos en sus discípulos (cf. Juan 15, 1-8).

Un “fruto” que proviene de ser un discípulo es dar testimonio de tal manera que uno se convierte en un creador de discípulos.  Y pueden recordar que nuestro plan pastoral diocesano, la Visión Mutuamente Compartida, tiene como prioridad principal “Hacer Crecer la Familia de Dios” al crear discípulos.  Como destaca el Papa Francisco en su exhortación apostólica, Evangelii Gaudium, “pues si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo.”[3]  Los discípulos en el camino a Emaús nos muestran que la fuente del discipulado es la Sagrada Eucaristía.  Una vez que se encontraron con el Señor resucitado al partir el pan, se apresuraron a regresar a Jerusalén para dar testimonio de su resurrección.

En nuestra adoración juntos en la Misa Dominical, realmente vamos “por Cristo con él y en él” al Padre en el Espíritu Santo[4].  En cierto sentido, por medio de la adoración dominical en la Misa, vamos al cielo, la casa del Padre, en Cristo, aunque permanecemos aquí.  Esto también se hizo eco en el Concilio Vaticano II en la Constitución de la Sagrada Liturgia: “En la Liturgia terrena preguntamos y tomamos parte en aquella Liturgia celestial, que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero.”[5]  Cuando concluye la Misa, somos enviados al mundo para dar testimonio del amor de Dios en nuestras palabras y nuestras acciones.

Los discípulos peregrinos necesitan el Domingo y la Misa Dominical para mantenerse en el camino correcto, dar fruto en el camino, y llegar a la casa del Padre en el cielo.

Parte II: El Valor del Domingo Bien Celebrado

“Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa.  Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra,” (Lucas 10:30-39)

Este episodio relatado en el Evangelio de San Lucas destaca algo maravillosamente profundo: que Jesús amaba y encontraba necesario escapar para ser renovado por amigos y para descansar y recrearse con ellos.  Lo hizo en Betania.  Betania era un lugar especial para Jesús.  Amaba a Marta y María y a su hermano Lázaro, y disfrutaba pasar tiempo con ellos.  Dios y hombre verdadero, Jesús necesitaba y amaba amigos.  Al convertirse en humano, también se permitió la experiencia agotadora de su misión.  A menudo se fue solo a rezar, pero también se fue a renovar con amigos.  Y fue aquí donde también destacó mucho el valor del descanso y la relación en el comportamiento de María y Martha, urgiendo a la última a invertir en “la mejor parte.”  Betania, por lo tanto, es un buen símbolo para el Domingo.

¿Qué fue lo que Jesús observó en María que fue tan digno de alabanza?  Ella lo que hizo fue parar lo que estaba haciendo y presentarse ante él.  Diferente de Martha, María se centró en la persona en lugar de la cosa o la actividad, y las personas tienen prioridad sobre las cosas.

El Domingo es un regalo de Dios para descansar y relacionarse.  Parte de eso implica adoración divina—nuestra actual relación de comunión con Dios como se señaló en la Parte I; pero la adoración a Dios se une al descanso.

¡El descanso dominical no se trata simplemente de tomar una buena siesta durante el intervalo de medio tiempo de un juego de los Chiefs!  Para entender el descanso dominical correctamente, debemos referirnos a la Biblia. Tenga en cuenta que el fundamento proviene de los mandamientos revelados por Dios en el Libro del Éxodo: “Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Porque en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, el Señor bendijo el día de reposo y lo santificó.” (Ex 20:8,11). Al comentar sobre este pasaje, el Papa San Juan Pablo II escribió en su carta apostólica sobre el Día del Señor: “Antes de imponer algo que hacer el mandamiento señala algo que recordar. Invita a recordar la obra grande y fundamental de Dios como es la creación. Es un recuerdo que debe animar toda la vida religiosa del hombre, para confluir después en el día en que el hombre es llamado a descansar. El descanso asume así un valor típicamente sagrado: el fiel es invitado a descansar no sólo como Dios ha descansado, sino a descansar en el Señor, refiriendo a él toda la creación, en la alabanza, en la acción de gracias, en la intimidad filial y en la amistad esponsal.”[6] La adoración y el descanso se tejen juntos el domingo.

Solo en los últimos tiempos se ha oscurecido la importancia del domingo como dedicado a mantener nuestras vidas ordenadas rectamente. En lugar de ser un día especial con un propósito especial, para muchos ahora se ha convertido simplemente en parte del “fin de semana”. Nuevamente, el Papa San Juan Pablo II notó las trampas de esta tendencia reciente: “Por desgracia, cuando el domingo pierde el significado originario y se reduce a un puro ‘fin de semana’, puede suceder que el hombre quede encerrado en un horizonte tan restringido que no le permite ya ver el ‘cielo’”[7]

Si no celebramos el domingo, no solo estaremos perdiendo el cielo, sino también parte importante de nuestra vida aquí en la tierra. Una de las bendiciones que surgió de este momento inusual fue la de “refugiarse en el hogar”, con el trabajo y la escuela operando en horarios esporádicos, ha sido la epifanía que muchos han experimentado dentro de sus propios hogares y sus propias familias, la “iglesia doméstica”.

Muchos padres han compartido conmigo que han venido aprendiendo y descubriendo más sobre sus hijos durante este tiempo. He oído hablar de padres que salen a caminar y tienen conversaciones sustanciales con sus hijos; cosas que habían sido ignoradas anteriormente. La vida se paralizó y la hiperactividad dentro de muchas familias cambió. Eventos, horarios, actividades, juegos y prácticas fueron pospuestos y cancelados. Después de llorar la pérdida de muchas cosas buenas, a las familias se les presentó una opción; perderse con distracciones y actividades de aislamiento, o redescubrirse nuevamente como Maria en Betania, y reinventarse y así “ver lo mejor de sí misma”.  Para esto es el domingo; para estar presente el uno para el otro, especialmente en el hogar y alrededor de la mesa. Como el altar es la mesa eucarística para la familia de Dios, la Iglesia, la mesa de la cena es para la iglesia doméstica, la familia.

Dios quiere que tengamos la bendición de dejar a un lado nuestros ajetreos y poner más atención en descubrir la belleza de la Creación y aquel que la creó. Descubrir a Jesús, quien se entregó por nosotros y nuestra salvación, y prestar atención a las personas más importantes en nuestras vidas, para que podamos ser renovados por nuestras amistades. Esto requiere que reduzcamos la velocidad de nuestras vidas, nos miremos a los ojos y abramos nuestros oídos para escuchar la esperanza, los sueños, decepciones, y sufrimientos de nuestros seres queridos.

Es importante destacar que el domingo también se reserva para darse cuenta de aquellos que a menudo pasamos por alto, los pobres. Este día está reservado para que realicemos actos de caridad, obras de misericordia o algún otro apostolado cristiano. ¿Y qué mejor momento para servir a otros en la caridad que después de haber experimentado el amor de Dios derramado por nosotros en la misa dominical? como señaló el Papa San Juan Pablo II, “el tiempo dado a Cristo nunca es tiempo perdido, sino tiempo ganado, para que tanto nuestra vida al igual que las relaciones puedan volverse más profundamente humanas”.[8] Los domingos celebrados nos hacen más humanos y hasta podría agregar; más feliz.

Otro fenómeno de la vida moderna cada vez más moldeado por las nuevas tecnologías es la desintegración. Experimentamos desintegración cuando diversas partes de nuestra vida se sienten desconectadas y dispersas. Todos nos sentimos así a veces. Sentimos que siempre estamos tratando de ponernos al día, buscando algo más allá de nuestro alcance, buscando la paz. Al no encontrarlo, recurrimos a cosas que esperamos nos ayuden a mantener la vida unida, a veces terminando con un resultado adverso. El Papa Francisco lo describió bien: “A veces demostramos ser duros de corazón y de mente; Nos olvidamos, nos distraemos y nos dejamos llevar por las posibilidades ilimitadas de consumo y distracción que ofrece la sociedad contemporánea. Esto conduce a una especie de aislamiento”.[9] Lo contrario de la desintegración y el aislamiento es la unidad de un propósito en común donde buscamos el bien supremo en cada área de nuestra vida.

Uno de los remedios que Dios provee para esta desintegración es el domingo. Nuevamente, nos damos cuenta de esto más profundamente en la Misa Dominical, que “es el lugar privilegiado de la unidad; es el escenario del sacramentum unitatis [sacramento de la unidad] que marca profundamente a la Iglesia como un pueblo reunido” por “y” en “la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.”[10] Idealmente, esta unidad experimentada en la liturgia nos ayuda a integrarnos a nosotros mismos y nuestras relaciones, especialmente las de la familia. Por eso es ideal para las familias asistir a misa juntos los domingos si es posible.

Es posible que haya escuchado que cuando un ser querido muere, a menudo oramos: “Que el Señor le conceda el descanso eterno”. El descanso del domingo está destinado a prepararnos no solo para el Día del Señor, que viene cada semana, sino para el Día del Señor que no tendrá fin. Al igual que la adoración, descansar en Dios será parte de la eternidad en el cielo. El domingo nos ayuda a practicar ambos ahora.

Una palabra sobre “Obligación dominical”

La mayoría de nosotros aprendimos a lo largo del camino que hay una obligación grave de participar en la misa dominical (y los días santos de precepto). Esto se deriva en parte del 3er Mandamiento. Cuando Dios ordena algo, debemos tomarlo en serio. Si nos da la hoja de ruta a la casa del Padre, ¡haremos bien en seguirla! Dios no quiere perder a ninguno de sus hijos.

Pero la obligación también es de nuestra Madre Iglesia, que quiere mantener a todos sus hijos sanos y salvos y en el camino al cielo. No hace mucho, observé un intercambio dentro de una familia que fue al lago de paseo. Muchos de los niños, eran buenos para nadar, querían salir al lago sin chaleco salvavidas. La madre insistió; ¡sin chaleco salvavidas, no van a nadar! era una obligación que ella impuso para mantenerlos a salvo. La obligación dominical que Dios nuestro Padre nos impone y la Iglesia Madre no se nos da como una carga; sino como una bendición, algo que nos ayuda a evitar que nos alejemos de Aquel que es nuestra salvación y nuestra vida. Una de las tendencias de nuestra naturaleza humana caída es desanimarse por cosas importantes. Es por eso del anexo a votos, promesas y obligaciones a cosas importantes de la vida, para asegurarnos de no descuidarlas.

El Papa San Juan Pablo II observó que “las presiones de hoy pueden dificultar el cumplimiento de la obligación dominical; y como la sensibilidad de una madre, la Iglesia observa las circunstancias de cada uno de sus hijos”. Por supuesto, muchos católicos trabajan los domingos. Nuestra sociedad depende de profesionales médicos, socorristas y muchos otros para trabajar el domingo. Algunos que trabajan en el día de reposo pueden participar en la misa (vigilia del sábado o el domingo por la noche) incluso aquellos con horarios exigentes pueden encontrar esto difícil o imposible. No hay pecado en los casos en que uno es realmente incapaz de participar en la misa. En su preocupación pastoral, la Iglesia se compromete a garantizar, “que, en el curso normal de la vida, ninguno de sus hijos se vea privado de la rica efusión de gracia que la celebración del día del Señor trae”[11]. Extiendo de todo corazón una invitación especial a aquellos que hayan estado lejos de misa por algún tiempo.  ¡Ven a casa!  Regrese a la familia de familias que es su iglesia parroquial.  Le echamos de menos y tiene un lugar entre nosotros.

Parte III: Algunas maneras de celebrar el domingo lleno de gracia

Eran asiduos a la enseñanza de los apóstoles la Convivencia fraternal, a la fracción del pan y a las oraciones…todos los que habían creído vivían unidos; compartían todo cuanto tenían…todos los días se reunían en el Templo con entusiasmo, partían el pan en sus casas y compartían la comida con alegría y con gran sencillez de corazón.” (Hechos 2:42, 44, 46) Este pasaje de los Hechos de los Apóstoles es la primera descripción de cómo celebrar el domingo lleno de la gracia de Cristo.  Describe a los discípulos celebrando juntos la Santa Eucaristía, ejerciendo la caridad y compartiendo la vida común juntos alrededor de la mesa de la cena.  Este es el cuadro adecuado para los discípulos hoy en día.  En esta última y breve parte de mi carta ofrezco algunas observaciones sobre cómo podríamos tratar de dedicarnos a celebrar bien el domingo y llenos de gracia.

Primero, elimina la competencia.  Con esto, me refiero a hacer un inventario de lo que compite con nuestro tiempo y atención el domingo.  Invito a cada familia, y a cada discípulo individual, a examinar sus actividades y acercamientos habituales al domingo de reposo.  Es probable que identifiquemos cosas buenas y saludables; y, sin embargo, podríamos haberles permitido, como plantas invasoras, arrastrarse en el jardín del domingo.  Como Obispo, deseo ayudar, por lo que ordeno que nuestras parroquias y escuelas no programen ciertas actividades los domingos que comienzan con el próximo año escolar. [12]Esto implicará cambios, pero el objetivo es despejar los domingos para que usted y sus familias puedan tener “la mejor parte”.  Además de eliminar las actividades, las familias también podrían ejercer algún tipo de ayuno de tiempo enfrente de la pantalla, guardando dispositivos digitales para asegurarse de que este día de la semana no se vea sofocado por las distracciones y efectos aislantes que tantas veces vienen con esta tecnología.

Segundo, sé más intencional acerca de cómo celebran el domingo, comenzando con la misa dominical.  Me fascina la cantidad de esfuerzo que ponemos en prepararnos para la mayoría de los grandes eventos.  Tome un juego de los Chiefs como ejemplo entre muchos.  Los fans no simplemente van al juego.  Hablan de ello toda la semana.  Se visten para la ocasión.  El día del juego van temprano a la puerta y forman cola; se preparan para el evento principal, o sea el juego en sí.  ¡Y se quedan después para saborear la victoria!  Esto es cierto para la mayoría de las celebraciones importantes, y es una buena manera de pensar en la misa dominical.  Podemos anticiparlo leyendo las Escrituras del día con anticipación.  Podemos preparar nuestra alma para la adoración haciendo un buen examen de conciencia y, especialmente si hemos cometido un pecado grave, confesando nuestros pecados en el Sacramento de la Reconciliación. Podemos llegar temprano para poner nuestros corazones y cabezas bien y listos para volvernos a Dios.  Después, al volver a una nueva normalidad post pandemia, podemos quedarnos, primero en la iglesia para ofrecer gratitud por lo que acabamos de descubrir, compartir y recibir, y luego, como los discípulos en el camino a Emaús, saborear y hablar de ello con los demás.  En una palabra, tratar la misa dominical como algo especial, ¡porque lo es!

El resto del domingo también puede ser algo especial, pero debemos ser intencionales al prepararnos con anticipación.  Podemos planear la cena del domingo o un viaje para visitar el asilo de ancianos o servir sándwiches en el refugio local para personas sin hogar, o simplemente estar presentes al cónyuge y a los hijos. También podemos ser intencionales acerca de hacer tiempo para la oración en nuestro hogar cada domingo tomando “tiempo para la reflexión, el silencio, el cultivo de la mente y la meditación”. [13]  El domingo se trata de descansar del trabajo y descansar en Dios.  Se trata de atender nuestras relaciones.  En ocasiones, también se trata de planificar y participar en obras de misericordia.  Pero la mayoría de las cosas nunca suceden a menos que seamos verdaderamente intencionales con ellas. Estas son dos características de celebrar bien el domingo: eliminar la competencia y ser intencional sobre la misa dominical y lo que seguirá.

Conclusión

Una nota final, a medida que continuamos volviendo a la celebración pública de la misa dominical, todos los fieles permanecen dispensados de la obligación de participar en la misa el domingo debido a la pandemia COVID-19.  Esto es especialmente importante para aquellos individuos en alto riesgo de contagio entre nosotros. Esto es especialmente para aquellos que sienten que es muy prematuro regresar a la Misa Dominical.  Animo a los fieles a regresar tan pronto como uno se sienta seguro para hacerlo y, finalmente, espero que sea posible poner fin a esta dispensación cuando todos podamos reunirnos de nuevo con seguridad como Una Familia: Restaurada en Cristo – Equipado para la Misión.

Un producto que no podemos ahorrar en la vida es el tiempo, por lo que es lo más valioso de los productos básicos.  El domingo es tiempo sagrado que Dios nos da para atender las cosas más importantes; Dios, los demás, y a nosotros mismos.  Cuando celebramos bien el domingo, manteniendo a Dios primero, mantenemos la vida en el orden correcto, y cuando la vida se ordena con razón hay paz.

Sigamos en el camino juntos como peregrinos que viajan a casa a la Casa del Padre en los cielos, marcando el tiempo sagrado y progresando, celebrando bien nuestros domingos.

 

Sinceramente en Cristo,

+ James V. Johnston, Jr.
Obispo de Kansas City-St. Joseph

 


350.10 La Política Para Celebrar el Domingo

Siguiendo los principios bíblicos, los cristianos siempre han dedicado el domingo a la adoración divina y a la renovación de uno mismo y de la familia. Jesús dijo: ” Porque donde esté tu[ tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6:21). Esta política tiene la intención de ayudar en la alineación correcta de los corazones. Específicamente, las prácticas patrocinadas por la escuela, las competencias, los eventos y las reuniones no deben programarse los domingos para que las familias puedan celebrar bien el Día del Señor.

El propósito de esta política no es desalentar el apoyo a actividades y deportes enriquecedores con sus valores, incluyendo el desarrollo de habilidades y el trabajo en equipo. Más bien se trata de liberar a las familias para tener un día cada semana cuando no están ocupados con la actividad para que, ” Por medio del descanso dominical, las preocupaciones y las tareas diarias pueden encontrar su justa dimensión” (Dies Domini, 67).

El domingo siempre ha tenido un lugar especial en la vida de la Iglesia. Es la Pascua semanal en la que celebramos la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte y también participamos en un presagio de la vida eterna del cielo. Además de la celebración de la Eucaristía dominical, se alienta a los fieles a hacer de ella un día de descanso y ocio para cultivar sus vidas familiares, culturales, sociales y religiosas. (CCC 2184-2185).

Actividades permitidas:

  1. Hay prácticas y actividades que ofrecen las parroquias y otras instituciones que no violarían esta política. Además de adorar a Dios a través de la Eucaristía dominical y proporcionar un espacio para cultivar la vida familiar, la Iglesia reconoce que este es un día que también puede fomentar la vida cultural, social y religiosa. Mientras las actividades sean de celebración, comunitarias y ocasionales, estarían de acuerdo con la forma en que estamos llamados a vivir nuestros domingos.
  2. Actividades como los festivales parroquiales son participativas, involucran a toda la comunidad y son eventos ocasionales. Las ceremonias de graduación también cumplirían con estos requisitos (de celebración, comunales y ocasionales). Las reuniones como las conferencias de padres y maestros no cumplirían con estos requisitos porque no son de celebración y no involucran a toda la comunidad.
  3. La Iglesia también reconoce la participación en el desempeño de las artes y la música como parte de la formación cultural de la comunidad y las personas. Por lo tanto, las actuaciones musicales y artísticas, a pesar de que requieren el trabajo de artistas y personal de apoyo, también serían adecuadas para los domingos.
  4. Las actividades catequéticas (clases de confirmación, clases de religión, RICA, etc.) también son apropiadas para las comunidades parroquiales. Porque, como escribió el Papa Juan Pablo II, “Además, ¿por qué no programar también en la vida laical, cuando sea posible…momentos de catequesis, que en la vigilia del domingo o en la tarde de este preparen y completen en el alma cristiana el don propio de la Eucaristía?” (DD 52)

Excepciones: Las actividades deportivas que caen dentro de cualquiera de los siguientes criterios pueden permitirse bajo esta política.

  1. Competiciones estatales de la escuela secundaria: Las prácticas se pueden realizar los domingos, si inmediatamente precede a una competencia a nivel estatal de la escuela secundaria que se realiza un lunes.
  2. Competiciones deportivas relacionadas con el clima: las competencias de las escuelas primarias o secundarias se pueden reprogramar para los domingos solo cuando el clima no lo permite y no hay otra opción razonable disponible, por ejemplo, un encuentro en la pista de la escuela primaria cancelado debido a la lluvia

Dado en la cancillería el 31 de mayo de 2020 como ley particular para la diócesis y efectivo el 1 de julio de 2020

Reverendísimo James V. Johnston, Jr.
Obispo de Kansas City – San José

Muy Reverendo Kenneth A. Riley
Vicario General – Canciller


[1] Cynthia M. Allen, “Some are finding faith during COVID-19 pandemic. Is that a search for certainty?” [Algunos están encontrando fe durante la pandemia de COVID-19. ¿Es eso una búsqueda de certeza?] The Kansas City Star, 13 May 2020.
[2] Vatican II, Dogmatic Constitution on the Church [Constitución dogmática sobre la iglesia], Lumen Gentium, 11
[3] Papa Francisco, Exhortación Apostólica, Evangelii Gaudium (La Alegría del Evangelio) [EG], 120.
[4] La Orden de Misa 98, Misal Romano
[5] Vatican II, Constitution on the Sacred Liturgy[Constitución sobre la sagrada liturgia], Sacrosanctum Concilium, 8.
[6] Papa San Juan Pablo II, Carta Apostólica, Dies Domini [DD], 16
[7] DD, 4
[8] DD, 7.
[9] EG, 196.
[10] DD, 36.
[11] DD, 30.
[12] Most Reverend James V. Johnston, Jr., Keeping the Lord’s Day, Instruction on Guidelines for Activities on Parishes and Schools in the Diocese of Kansas City-St. Joseph, 31 May 2020.
[13] Catecismo de la Iglesia Católica., 2186.

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